Parece que va a llover

«Parece que va a llover», fue lo que dijo él para romper el hielo.
El comentario no causó ningún efecto en la mujer, ni siquiera hizo que volteara la mirada para saber de dónde venía. Era muy poco original si pretendía cortejarla. Apagó el cigarrillo con su elegante zapato negro. Cerró su grueso abrigo y se cruzó de brazos para intentar sentir algo de calor. Los días grises, a diferencia de mucha gente, eran sus favoritos. Como si la naturaleza se pusiera a tono con su realidad y revelara esa vida nublada, rutinaria y tediosa que llevaba. Días llenos de soledad, de amargura. Y que si no fuera por aquel intruso, sería el último de su fría existencia.
—Si, lo mejor será entrar—dijo ella—, dándose la vuelta.
—La vista desde esta terraza es estupenda.—comentó él de manera despreocupada; con las manos dentro de los bolsillos de su chaqueta—. Este es el edificio más alto de la ciudad. — continuó— cincuenta pisos para ser exacto. Fue construido a finales del siglo pasado.
—Mmm interesante—murmuró ella—, aproximándose hacia las escaleras de emergencia.
Ella estaba acostumbrada a escuchar todo tipo de sandeces provenientes de hombres que intentaban impresionarla; y cuyos cerebros parecían estar controlados por la testosterona. Y claro, también a otros cuantos con delirio de “príncipe azul” recitando algún discurso poético. Asi que a estas alturas ya nada la sorprendía. Y menos un desconocido hablándole de arquitectura.
—¿Eres feliz?— preguntó él sorpresivamente—.
Ella se detuvo en su intento por bajar de allí. Con sarcasmo y aun dándole la espalda, le respondió:
—¿Acaso alguien lo es?.
Había pasado la mitad de su vida buscando eso que la gente llamaba felicidad. En ocasiones creía  haberla encontrado, y se aferraba a ella como quien encuentra un tesoro. Pero solo era cuestión de tiempo para que se escurriera como el agua entre los dedos.  
—¡Yo si!.
Su seguridad la atrajo; hizo que quisiera escuchar mas. Con una sonrisa burlona, para esconder su intriga, se dispuso a escucharlo.
Pasaron horas y horas. Tiempo del que ella no tuvo noción en lo más mínimo; era como si el mundo se hubiera detenido a su alrededor. Todo, por ese lapso, perdió validez. O  la ganó. Sus emociones eran más fuertes que su razón. Quería entender cómo alguien por primera vez la hacía sentir completa, incluso amada, sin haber en su mirada ni rastro de lujuria. Sus ojos transmitían paz. Era culto, educado, respetuoso; y como si fuera poco guapo.
Para ese momento ya llovía. No sabia si habian pasado horas o días, todo era confuso. Algo así no era normal que sucediera, o a lo mejor si. Y esto era tan solo la “vida“. Esa que se negó a vivir muchas veces por motivos que, ahora, ya no recordaba. O simplemente, ya había saltado al vacío y esto seguramente era «el paraíso».




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