Siempre fue ÉL
El hombre se transformó en Dios. Ni Siquiera se como describirlo, su cara comenzó a brillar más intensamente que el mismo sol. Su ropa se volvió blanca como la nieve más pura. Ese blanco no era terrenal.
Quería mirarlo, mirarlo sin parpadear, pero era casi imposible. Ante tanta majestuosidad solo se te ocurre inclinarte en reverencia.
Un sentimiento de absoluta paz me invadió. Sentí su mirada y con ella una confianza sobrenatural. Lo único que atiné a decir, casi instintivamente fue:
— ¡Es maravilloso estar aquí!
— Vamos, levántate, no tengas miedo… Soy yo. — me dijo.
Y aunque en lo más profundo de mi ser yo sabia que era Él, mi mente no lograba procesar lo que tenía ante mis ojos. Un despliegue de gloria como ese, tu cerebro no lo resiste.
Tampoco podía creer que fuera el mismo con el que había compartido los últimos tres años de mi vida. El mismo con el que camine por horas enteras en el desierto, al que vi comer, dormir, hablar, llorar y hasta reír a carcajadas.
Era tan humano como yo, tan sencillo y tan cercano, que me costaba creer que fuera el mismo.
Es difícil para mí plasmar lo que viví en ese momento, querer transmitir lo que mi alma sintió, no es fácil. Ni siquiera con la poesía más descarnada podría describirlo.
No obstante, después de ese día, no quise desaprovechar ningún momento junto a Él. Y mucho menos seguir viviendo por debajo de esa experiencia, después de todo era Dios.
Así que comencé a vivir una aventura. Camine sobre el mar, vi como sanó a mi suegra de una fiebre que la tenía casi al borde de la muerte. Cuando salíamos de pesca, con solo tocar el agua, los peces se juntaban en mi barca como cumpliendo una orden y pescaba hasta que se rompían mis redes. Sanaba los enfermos. Cuando la multitud lo seguía, Él se las arreglaba para alimentarlos a todos. Para Él era suficiente la lonchera de un pequeño niño con cinco panes y dos pescados, para dar de comer a más de cinco mil personas.
Y ni hablar del día que resucitó a su amigo Lázaro. ¡Fue increíble! Nunca lo olvidaré.
Mi nombre no le gustaba mucho, debo decirlo, así que me lo cambió. Ahora me llamo Pedro, que significa roca. Suena bien ¿no?
Éramos tan cercanos, nunca tuve un amigo así. Tantos momentos vividos junto a Él...sin duda los mejores años de mi vida.
A veces todavía me pregunto ¿cómo fui capaz de negarlo?. Y aunque lloré amargamente por haberlo hecho, ya no siento culpa. Una mañana mientras desayunábamos en la playa, Él se encargó de borrar cualquier rastro de remordimiento en mi. Ahora cada vez que escucho el gallo cantar sé que Él sonríe.
Por años he visto hombres queriendo ser dios, pero este no era su caso. Él era Dios y se hizo hombre.
Quería mirarlo, mirarlo sin parpadear, pero era casi imposible. Ante tanta majestuosidad solo se te ocurre inclinarte en reverencia.
Un sentimiento de absoluta paz me invadió. Sentí su mirada y con ella una confianza sobrenatural. Lo único que atiné a decir, casi instintivamente fue:
— ¡Es maravilloso estar aquí!
— Vamos, levántate, no tengas miedo… Soy yo. — me dijo.
Y aunque en lo más profundo de mi ser yo sabia que era Él, mi mente no lograba procesar lo que tenía ante mis ojos. Un despliegue de gloria como ese, tu cerebro no lo resiste.
Tampoco podía creer que fuera el mismo con el que había compartido los últimos tres años de mi vida. El mismo con el que camine por horas enteras en el desierto, al que vi comer, dormir, hablar, llorar y hasta reír a carcajadas.
Era tan humano como yo, tan sencillo y tan cercano, que me costaba creer que fuera el mismo.
Es difícil para mí plasmar lo que viví en ese momento, querer transmitir lo que mi alma sintió, no es fácil. Ni siquiera con la poesía más descarnada podría describirlo.
No obstante, después de ese día, no quise desaprovechar ningún momento junto a Él. Y mucho menos seguir viviendo por debajo de esa experiencia, después de todo era Dios.
Así que comencé a vivir una aventura. Camine sobre el mar, vi como sanó a mi suegra de una fiebre que la tenía casi al borde de la muerte. Cuando salíamos de pesca, con solo tocar el agua, los peces se juntaban en mi barca como cumpliendo una orden y pescaba hasta que se rompían mis redes. Sanaba los enfermos. Cuando la multitud lo seguía, Él se las arreglaba para alimentarlos a todos. Para Él era suficiente la lonchera de un pequeño niño con cinco panes y dos pescados, para dar de comer a más de cinco mil personas.
Y ni hablar del día que resucitó a su amigo Lázaro. ¡Fue increíble! Nunca lo olvidaré.
Mi nombre no le gustaba mucho, debo decirlo, así que me lo cambió. Ahora me llamo Pedro, que significa roca. Suena bien ¿no?
Éramos tan cercanos, nunca tuve un amigo así. Tantos momentos vividos junto a Él...sin duda los mejores años de mi vida.
A veces todavía me pregunto ¿cómo fui capaz de negarlo?. Y aunque lloré amargamente por haberlo hecho, ya no siento culpa. Una mañana mientras desayunábamos en la playa, Él se encargó de borrar cualquier rastro de remordimiento en mi. Ahora cada vez que escucho el gallo cantar sé que Él sonríe.
Por años he visto hombres queriendo ser dios, pero este no era su caso. Él era Dios y se hizo hombre.
Comentarios
Publicar un comentario