El calcetín rojo


...Se pasó una hora buscando el calcetín rojo. No era la primera cosa que perdía, ni tampoco la primera vez que armaba un lío. Su temperamento explosivo y sanguíneo lo hicieron famoso en el hogar sustituto, todos lo conocían como “Lío” cosa que a él no le disgustaba para nada, luego de enterarse que “lío” en inglés era “mess” y que si los juntaba sonaría como: “lio messi” y eso lo hacía muy feliz. Cuando quería escapar de su realidad, solía jugar al fútbol con sus compañeros del hogar, imitando las gambetas y jugadas de su ídolo.

Abría, revolcaba y cerraba el mismo cajón varias veces, tal vez con la esperanza de que por arte de magia apareciera,pero no era más que una manera de liberar su ansiedad. Había esperado esta cita por muchos años, no quería que algo saliera mal. Por eso su afán de encontrar su calcetín rojo, que, además de ser del mismo color de su cabello, se los ponía siempre en momentos especiales ó cuando necesitaba una  «ayudita de la suerte», — decía él —; algo así como un amuleto. Lio aseguraba que cada vez que tenía sus calcetines rojos puestos, pasaban cosas buenas; como que la directora del hogar no se diera cuenta que había sido él quien había hecho alguna travesura ó iniciado algún alboroto. Claro, esta vez era algo mucho más serio, por eso era importante para él encontrarlo.Pero se hacía tarde, no podía seguir buscando. En cinco minutos tenía que presentarse en la oficina de la directora. No tuvo más remedio que ponerse esos calcetines color beige con rayas que detestaba. Refunfuñando acomodo su corbata y ajustó sus tirantas; su pantalón corto dejaba ver sus piernas con una que otra raspadura en sus rodillas, gracias al partido de ayer.
Un poco desilusionado, respiro profundo, con su antebrazo secó el sudor en su frente, miró al cielo como rogando que esta vez sí fuera y salió.

Siempre había tenido curiosidad de entrar en esa sala que permanecía cerrada; era ahí a donde entraban sus amigos, esos que no volvía a ver.
Era amplia, con ventanales grandes que dejaban entrar los rayos del sol de mediodía para iluminarla casi por completo. Unos elegantes sillones en el centro de la sala, combinaban con las espesas cortinas,que para su sorpresa, eran del mismo color de las medias que llevaba puestas, «eso es una buena señal» — pensó — . Soltó la mano de la directora y secó sus manos sudorosas con su pantalón.
Ahí estaban, en el centro del salón. Una pareja, eran jóvenes, la mujer secaba sus lágrimas, intentando fallidamente ocultar su emoción. Y él, con un balón en la mano, sonreía nervioso.
Ya tendrían mucho tiempo para conocerse. Un abrazo tímido, preguntas torpes y unas cuantas lágrimas, era lo justo para un primer encuentro.

Mientras los adultos terminaban el papeleo, Lío subió a  alistar sus pocas pertenencias. Con nostalgia miraba el lugar que por años fue su casa, y aunque muchas veces quiso salir corriendo de allí, en el fondo de su corazón sabía que lo iba a extrañar, echaria de menos esas tardes interminables de juego, esos amigos incondicionales que nacen en los momentos más difíciles de la vida. Pero por sobre todo a “Tito” su cómplice, su mejor amigo, con quien pasaba (a escondidas) noches enteras fantaseando con ese día, imaginando cómo sería esa sala y cual de los dos entraría primero en ella.

La voz chillona de Tito interrumpió el pensamiento de Lío. .. «¡Me ganaste!»... — le grito—     y corriendo hacia él lo sorprendió con un fuerte abrazo.De su bolsillo sacó algo que a simple vista no se podía detallar.
—Me parece que esto es tuyo —le dijo.
Con un poco de desconfianza, como esperando alguna broma; Lío lo tomó en sus manos. Ahí estaba… su calcetín rojo;  extrañado miró a Tito.
—¿por qué lo tienes?—le preguntó.
—Solo quería comprobar que las cosas importantes no podían depender de unos calcetines viejos. —respondió tito Debe haber alguien allá arriba a quien le importamos; Y seguro también hará que nos volvamos a ver.
— En ese caso puedes quedartela.—dijo Lío— Por lo menos servirá para que me recuerdes hasta que ese día llegue. ¡Hasta siempre,amigo!

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