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Todo pasó, Tú te quedaste.

Solo tenía una frase en mi mente: “ Esto también pasará… Esto también pasará”. Y todo gracias a una frase que me repetía mi mamá cuando algo me agobiaba: “Nada dura para siempre hija, todo pasa...todo”. Un tanto obvio el lema de mi mamá, lo sé. Pero en el fondo, lleno de sabiduría. Para mi en ese momento era paradójico, porque no sabía que iba a “pasar” conmigo. Por momentos todo era oscuridad, el dolor invadía hasta el último átomo de mi ser. Me aferraba tan fuerte de esa cama de hospital, como si de eso dependiera mi vida. Con frecuencia me olvidaba de respirar. Mi mente repetía: “Esto va a pasar” y mi boca decía: “Ayúdame, no me dejes sola”. Mi cuerpo tembloroso estaba bañado en sudor, parecía no tener control sobre el. El dolor cada vez era más intenso, enfermeras y médicos caminaban de aquí para allá, me examinaban y tomaban mis signos vitales. Signos, que yo creía no tener, hasta que llegaba un punzón tan profundo en mis entrañas que me recordaba que estaba viva. Y como ...

Siempre fue ÉL

El hombre se transformó en Dios. Ni Siquiera se como describirlo, su cara comenzó a brillar más intensamente que el mismo sol. Su ropa se volvió blanca como la nieve más pura. Ese blanco no era terrenal. Quería mirarlo, mirarlo sin parpadear, pero era casi imposible. Ante tanta majestuosidad solo se te ocurre inclinarte en reverencia. Un sentimiento de absoluta paz me invadió. Sentí su mirada y con ella una confianza sobrenatural. Lo único que atiné a decir, casi instintivamente fue: — ¡Es maravilloso estar aquí! — Vamos, levántate, no tengas miedo… Soy yo. — me dijo. Y aunque en lo más profundo de mi ser yo sabia que era Él, mi mente no lograba procesar lo que tenía ante mis ojos. Un despliegue de gloria como ese, tu cerebro no lo resiste. Tampoco podía creer que fuera el mismo con el que había compartido los últimos tres años de mi vida. El mismo con el que camine por horas enteras en el desierto, al que vi comer, dormir, hablar, llorar y hasta reír a carcajadas. Era tan humano como...

El Perdón

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En todo ese tiempo nunca escuché el rumor de las olas. Sé alejaron de mí, como un niño cuando teme ser reprendido después de una travesura. ¿Por qué el mar te hizo esto? Eras su amigo. No era la primer tormenta que enfrentabas. Ni navegabas en un barco desconocido, era casi tu segundo hogar. Me duele verlo aquí abandonado.¿Que pudo haber fallado? Sé que tardé mucho en venir, pero necesitaba este tiempo para decidir que no quiero guardar más preguntas sin respuestas en mi corazón. He venido a ser libre. Mar, te perdono. A ti también Dios por llevártelo tan pronto. Pero ante todo, gracias por dejar este barco aquí encallado en esta costa. Es un lindo homenaje de tu parte, para honrar la memoria de quien seguramente, fue el mejor pescador de los siete mares. A ti Papá, nunca te olvidaré. Descansa en paz.

Tienda de Sombreros

Un pequeño sombrero adornado de una gran flor y malla negra, cubría sus ojos exageradamente maquillados de azul turquesa metalizado. Su tez blanca hacia resaltar sus  labios provocativos pintados de rojo carmesí. El público lleno de ovación gritaban su nombre. Ya no había vuelta atrás. Mirándose al espejo se coloca sus guantes de cuero negro que le llegaban hasta el codo. Y con un toque elegante se envuelve en su abrigo de piel. —Esta es mi noche—dijo tratando de convencerse de que había tomado la decisión correcta. Había soñado con estar ahí. Con escuchar los flashes de las cámaras capturando su salida al escenario. Saludar mirando al horizonte como reina de belleza en pasarela. Y aunque muchos dijeran que si lo hacía una vez, estaría sellando su pasaporte para entrar a un laberinto sin salida. No le importaba. Estar ahí lo valía. Retocó su labial, se aplicó perfume justo detrás de las orejas. y caminando firme sobre sus tacones, abrió la puerta de su camerino y salió. Una vo...

Sociedad Enferma

Con alma libre y aventurera, Trinidad se dedicó a conocer el mundo. Se encontraba en el tercer país, de los seis que planeaba visitar. Rodeada de imponentes montañas y el vaivén de las olas; buscaba encontrarse con ella misma.Y con su musa. Quien últimamente, cuál celebridad huyendo de los paparazzi con peluca y lentes oscuros, se escondía en un rincón de su imaginación; haciendo difícil su oficio como compositora. Tristemente la violencia le salió al encuentro y le arrebató la vida. Poniendo punto final a sus sueños. Hoy su espíritu continúa recorriendo el mundo, dando a conocer su triste desenlace. Y luchando contra la indiferencia de una sociedad tan enferma, que justifica el feminicidio de una manera tan mezquina que raya con la locura, culpando a Trinidad de su propia muerte, «por viajar sola». Trinidad no viajaba sola. La acompañaban la inocencia, la confianza y el coraje.

El mensaje en la botella

Amiga!. Han pasado 4 días desde tu naufragio. Tenía miedo que algo así ocurriera un día, te lo confieso. Eres una apasionada del mar. Siempre decías que si existiera una proxima vida, serias sirena. A lo que siempre te respondí que si algo así pasara, lo máximo que llegarías a ser, seria una ballena. No parábamos de reír ¿te acuerdas? Hoy te escribo este mensaje, lo pondré en la botella, bogaré mar adentro y le diré a las olas que te lo hagan llegar. Estoy segura que ellas saben donde estas. Desde que te fuiste, le he rogado al cielo para que te cuide. y seguramente así ha sido. Y te seguirá cuidando hasta que la guardia costera te encuentre. Solo espero que esta botella viaje más rápido y la puedas leer antes. Unas palabras de aliento no caen mal si estás en medio de la nada o a punto de ser devorada por una bestia marina ¿no? —es broma— . Siempre creí que la amistad es un regalo divino, y contigo lo comprobé. La vida no es la misma desde que la comparto contigo y seguramente n...

Un hombre afortunado

Llevaba un hacha en la mano, pantalones anchos con una faja prominente, y como era costumbre, su torso descubierto dejando ver toda su musculatura. La negra capucha cubría la totalidad de su rostro y cuello. Con sus pesadas botas y sus más de 120 kilos de peso hacía retumbar el suelo a medida que subía las escaleras hacia el patíbulo. Cada ejecución se había convertido en un espectáculo. Una distracción de domingo en la plaza pública, para un pueblo consumido por la rutina y el aburrimiento. La algarabía de la gente no se hacía esperar. Las mujeres con sus ruegos y sollozos intentaban persuadir al inquebrantable verdugo. Unos lo maldecían, y otros llenos de sevicia le gritaban que fuera cruel y despiadado. Y mientras tanto, ahí estaba Gabriel. Con su cuerpo bañado en sudor, le costaba mucho respirar; la angustia y el sofocante sol de mediodía aumentaban su fatiga. Atado de manos y con la cabeza ya puesta en ese tronco de madera manchado de sangre. Todavia se preguntaba: — ¿Por qué...